Emilio Urberuaga: «Estoy muy orgulloso de trabajar en el mundo de la literatura infantil»

David Pintor
DAVID PINTOR REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Urberuaga fue galardonado en el año 2011 con el Premio Nacional de Ilustración
Urberuaga fue galardonado en el año 2011 con el Premio Nacional de Ilustración MARCOS MÍGUEZ

El artista madrileño expone en Galicia una selección de ilustraciones de doce de sus últimos libros para niños

17 ene 2019 . Actualizado a las 10:10 h.

Un paseo polo principio es el título de la muestra que el ilustrador madrileño Emilio Urberuaga (1954) inauguró en A Coruña en la sala municipal de exposiciones Salvador de Madariaga, en la calle Durán Loriga. En ella se puede ver, además de ilustraciones originales, una selección de bocetos y estudios previos que forman parte del proceso de creación de un álbum infantil. El visitante tendrá la oportunidad de contemplar el curioso modo en el que el dibujante presenta sus proyectos a los editores: a través de unos cuadernos cosidos manualmente o doblados en acordeón donde se observa ya el desarrollo del futuro libro. Es lo que se ha denominado desde siempre en el mundillo editorial como el monstruo.

-¿Qué importancia le da a los «monstruos»?

-Es interesante comparar estos cuadernos con el resultado final del libro porque unas veces es casi igual y otras hay muchas diferencias. Además, a mí me gusta mucho exponer los originales y que la gente vea los errores que cometemos, los defectos... Cosas que solo se ven en los originales. No uso el ordenador básicamente porque no me gusta, me recuerda a cuando trabajaba en el banco hace 40 años. Yo disfruto manchándome y me gusta equivocarme sabiendo que no puedo volver atrás. Cuando me equivoco haciendo un dibujo, tengo dos opciones: romperlo, cosa que hago muchas veces, o intentar salvarlo. Y en ese intentar salvarlo aparece un proceso que es muy divertido.

-¿Son los libros infantiles el primer contacto de los niños con el mundo del arte?

-Yo soy mucho de meter guiños en las ilustraciones pero una cosa es eso y otra hacer del guiño el tema central del libro. A mí un pintor que me apasiona es Rothko y a veces he incluido algún cuadro suyo dentro de una de mis ilustraciones. A lo mejor, dentro de 30 años, alguien que viaje a Nueva York porque sea un alto ejecutivo o porque le ha dado la gana de viajar allá, va al Metropolitan y dice: «¡Vaya!, ¿dónde he visto yo esto antes? ¡Ah, sí! ¡En un libro que tenía cuando era pequeño!». Si consigo eso, me parece estupendo. De todas formas, hay que recordar que los libros infantiles son principalmente para que los chavales disfruten. Y este proceso por el cual mi sensibilidad artística pueda influir en ese pequeño lector debe producirse de una manera natural, porque si es premeditado se malogra todo, se convierte en dirigismo. A mí el aspecto educacional de los libros no me interesa.

-¿Está el libro ilustrado dejando de ser algo ligado exclusivamente al mundo infantil?

-Tengo muy claro para quien trabajo y quien es mi público: los niños. Y estoy muy orgulloso de lo que hago. Trabajar para el mundo de la literatura infantil es algo muy complicado porque no son los niños los que compran libros, sino los padres, los abuelos... y en ocasiones parece que a quien hay que atrapar es al padre o a la madre. Eso deja a veces al margen el interés que pueda tener el propio niño. Esto ha degenerado en algo muy curioso que es la proliferación de álbumes para adultos en las librerías. Es decir, un género que ha nacido aprovechando la plataforma de distribución de la literatura infantil pero que ahora mismo ya se ha desligado de ella.

-¿Cómo ve el futuro de su profesión?

-Creo que esta es una profesión con mucho futuro pero, al mismo tiempo, me da miedo el futuro que pueda tener este oficio. Por un lado, somos creadores de imágenes en un mundo donde la imagen está arrasando en todas partes, pero en ese mundo dominado por lo visual se supone que habrá también un montón de gente frotándose las manos dispuestos a ganar muchísimo dinero pagando muy poco a millones de dibujantes que va a haber en todo el mundo. Hasta que los robots sepan dibujar, y eso yo lo veo muy lejano, hará falta mucha mano de obra. El problema es que acabe siendo mano de obra barata.

Grosz, Giotto y la ilustración dentro de los museos de arte contemporáneo

Emilio Urberuaga es muy claro cuando reflexiona sobre el viejo tema de la tradicional barrera que los centros de arte contemporáneo han construido frente a disciplinas como el cómic, la caricatura o la ilustración: «Yo soy un gran admirador del artista alemán George Grosz. Él se definía a sí mismo como ilustrador y su obra está presente en los museos más importantes del mundo. Si nos vamos al pasado, no veo gran diferencia entre lo que hace hoy un ilustrador y lo que hizo Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina». Pero es que podría hablar también de Giotto o incluso de Mantegna, que, dice, se dedicaba a ilustrar pasajes bíblicos. «No creo que haya razón alguna para que la ilustración no esté presente en los museos a igual nivel que otras manifestaciones artísticas. Una de las razones de esta anomalía -lamenta- puede ser el total desconocimiento que la gente tiene de lo que hacemos». Nadie se ha parado, prosigue, a analizar de una manera seria este fenómeno que es la ilustración contemporánea, y la crítica que hay es muy pequeña y con muy poca proyección. «No estamos en los museos porque para empezar, nadie sabe que existimos. Me resulta muy curioso que vivamos en el siglo de la imagen y no se sepa quiénes crean muchas de esas imágenes», deplora.

«De todas formas -advierte-, yo no me considero un artista. Hay colegas míos que sí son artistas, y que afrontan la profesión con una intención diferente. No es un problema de que lo hagas mejor o peor». Tiene que ver, explica, con la forma de hacer, la forma de encarar, la forma de ser, la forma de enfrentarse no solo al trabajo sino a las personas que rodean a ese trabajo. «Yo encaro mi trabajo como un profesional. A mí me encargan trabajos y yo los hago y además me lo paso bien, aunque -concluye- esto no conviene decirlo muy alto porque a lo mejor algún editor lo usa como excusa para no pagarme».